Música… cuando pensamos en música unos evocan a
los grandes autores clásicos, otros a los sonidos de su tierra, algunos a lo
actual. Si la unimos a la palabra Iglesia o Religión, nos vamos a los cantos
tradicionales de cada manifestación de fe. En mi caso, a la profesión Cristiana
católica, apostólica y romana.
La mayoría concibe la música religiosa, representada
muchas veces en los cantos gregorianos, como un mero adorno en la liturgia de los
actos de Fe, sin reconocer lo íntimamente relacionada que está al hombre desde
que nace y durante toda su vida, más aún en el proceso de aprendizaje y toma de
consciencia…. Por eso vayamos atrás en el tiempo y veamos esta relación con la creencia.
Los primeros cristianos guardaban y usaban en
cada reunión o asamblea, un repertorio de salmos y cánticos espirituales; era
un tiempo donde la historia era mayormente narrada y pasada de generación en
generación de forma oral. Esto por supuesto facilitaba la propagación de las
enseñanzas y vivencias con Jesús. Algunos eran espontáneos según inspiración de
Espíritu y es cuando ocurrían las conversiones (tal como sucedió a San Agustín).
Como Cristo y los apóstoles eran judíos, las
primeras comunidades de cristianos se influenciaron por su liturgia judía, que
en su mayoría es cantada. El canto tenía (y aún tiene) una finalidad catequética
puesto que es una manera agradable, atractiva y efectiva de meditar, al mismo
tiempo de propagar la palabra de Dios y la Fe.
El pasar del tiempo y la historia trae consigo
la separación de la Iglesia Oriental de la occidental, esta última buscando
unificar los ritos (algo necesario por la expansión y conquistas de los
imperios). Es así como en el año 600 d.c. el papa San Gregorio comienza el
proceso de reordenar la liturgia, estableciendo de esa manera el canto
gregoriano como una parte vital, cuyo admirador y propagador principal fue el
conquistador Carlomagno.
Pasan los años y llegamos al concilio de
Trento, entre 1545 y 1563, aquí se
establece la pureza del canto gregoriano y recopilan obras que luego serían
aceptadas como “Kanon”. Sobreviene entonces el cisma provocado por Lutero y las
reformas de Calvino en la Iglesia protestante, quienes usaron la música como
medio para propagar sus ideas y cambios. Estos se valían del lenguaje sencillo y la música común, haciendo que la
asamblea entendiera y siguiera al celebrante de turno.
Llega el turno al concilio Vaticano II donde el
Espíritu Divino impulsa el equilibrio entre solemnidad y participación llegándose a permitir el uso del lenguaje nativo de cada pueblo (manteniendo el
latín en los actos solemnes), incorporar la cultura local (hasta danzas en el
caso de África) siempre y cuando prevalezcan las bases en la biblia, los
escritos de Fe y de la Iglesia; todo
esto sin perder la belleza artistica como muestra de respeto y devoción.
Actualmente, la iglesia sigue considerando el
canto gregoriano como el rito oficial de la liturgia, y continua promoviendo su
uso, recomendando la creación de Schola Cantorum. Sin embargo, se reconoce el
valor de otros modos, siempre y cuando sean acordes con la liturgia. Porque
como dice San Pío X: “cuanto más sea la música servidora de la liturgia, más
sagrada la música será”.
Es obvio que la música es valiosísima en su misión
evangelizadora por sus formas y métodos (concierto y predicaciones,) por tanto
es importante difundirla pero más que
los cantantes, grupos y ministerios sean formados en la FE para poder evangelizar
y hacer partícipe a la asamblea, y no meramente hacer pasar un rato durante la
celebración o predica siendo un adorno más.
En estos tiempos donde se habla de crisis cada
instante, más que crisis monetaria o política, hablemos de crisis de valores,
de familias. Es ahí precisamente donde juega un papel importante la música
evangelizadora, sea dentro o fuera de la asamblea. Porque por supuesto no es
igual la usada en asambleas o actos litúrgicos a la usada en una predicación o
concierto. Nuestros hermanos de otras iglesias lo vienen practicando desde hace
mucho, pero es ahora cuando se ven en nuestra iglesia católica la manifestación
del Espíritu, como en los primeros tiempos del Cristianismo.
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